¡Que fuerte!

Advertencia: No es una historia fina, pero es una historia real.

Por culpa de mis trámites de trabajo ando mucho en el centro. En este tiempo y con el horrible calor que hace casi todos los días aquí en San Fernando no es raro que uno deba degustar de esos "olores" que emanan de la gente gracias a los putos 30 ºC, de promedio que todos los años generosamente nos regala Enero, a los que habitamos el Valle de Colchagua.

Iba a pagar unas cuentas, y decidí irme por el lado de la calle en que había sombra, así como muchos otros. Justo al llegar a una esquina nos tocó luz roja y nos quedamos esperando el cambio de luz. A los segundos de detenerme junto al resto de la gente, como un combo en plena cara, me pegó con toda su fuerza, un potente olor a patas.

Si así como lee, olor a patas, de ese que huele a zapatillas podridas, queso chanco rancio o como si los dedos del pie han muerto y aún yacen en el zapato.

El problema es, que era potentísimo y a pesar de que varios nos sentimos afectados por el olor, nadie dijo nada. Con excepción, de unos cabros chicos que dijeron "mamá 'ta súper hediondo a patas". Los demás seguimos esperando el cambio de luz, tratando de no preocuparnos por el olor.

Miré a mi lado y estaban los cabros chicos con su mamá, además de unos viejitos, unos pendejos emo, dos mujeres de trajes formales con look de secretarias, y una pareja de pololos. Ella, una flaca morena ni linda ni fea, de jeans y unas chalas (sandalias). Él de 1,70 cms. de altura, con lentes oscuros los cuales hacían correr gotas de sudor por su cara, de polera amarilla sin mangas con una mancha de agua o sudor en la espalda, pantalón corto y también de chalas (sandalias). Lo miré y pensé "Primer sospechoso".

Por los trabajos en la avenida, el carabinero que había al otro lado no nos dejó pasar, aunque ya había luz verde, así que nos pusimos más juntos de manera que todos quedaramos en la sombra durante la espera, mientras una pala mecánica rompía el pavimento. Ahí si que el olor era insoportable, por que como que nos envolvía y nos mareaba, súmele los 32 ºC que habían ayer a las 1 pm.

Me tapé la naríz con una mano, pero aún así, el olor persistía. Retrocedí unos metros, y quedé a todo sol, para separarme del grupo y por ende del aroma, pero la pareja también retrocedio. Definitivamente es él, pensé. Y lo miré con cara de rabia y me dieron ganas de decirle "¡hueón cochino lávate las patas!". Pero no lo hice.

Por fin nos dejaron cruzar y los adelanté, no sin antes putearlo (mentalmente). No putié por que sentí pena, compasión y finalmente admiración por la flaca que hidalgamete lo acompañaba, a pesar, de la estela arómatica que este ser repartía. Esto definitivamete es amor, fue lo único que se me ocurrió pensar en ese minuto.

Llegué al Banco y me pusé en la fila. Después de unos 10 mins. y por esas huevas de los bancos, me mandaron a hablar con una mina que estaba tras un escritorio, y donde para que te atiendan hay que sacar número. Saqué el Nº 18 y estaba atendiendo al Nº 12.

Me senté y ví que "hediondo y cía" entraba y saca el Nº 19, después le cede el asiento a ella -menos mal, así el olor es menos- y se va a mirar unos folletos.

De pronto el olor a patas de la calle se trasladó en cuerpo y alma hasta mi nariz, por culpa de mi imaginación, -pensé- pero no. Lo que pasa es que este hueón es tan pasoso que igual siento el olor -eso creí al principio- y por taparme la nariz se me cayó el númerito del turno. Cuando me agache a recoger el númerito del turno... ¡¡¡¡GUAAAAAAA!!!!!, el olor a patas casi me noquea. Por momentos incluso llegué a sentir que el estomago se me revolvía, y persona que se sentaba a esperar turno me miraba como si fuera yo el culpable del hedor que inundaba al autodenominado "banco refrescante".

Un hueón me miraba con la misma cara que yo miré al tipo en la calle. Puta que me tenía pica'o y pa' peor, el olor, se hacía más fuerte me envolvía y me hueviaba.

Finalmente llegó mi turno. Me llamaron y senté en el primer cúbiculo al lado de un mostrador en donde encima había un aerosol pa' las moscas, lo pesqué y tiré un buen chorro a la altura del suelo...

Y le dije a la ejecutiva, que me miró medio asustada; fuerte pa que la flaca oyera "disculpe es que hay un olor a queso... o a patas insoportables". La flaca que todavía esperaba, dijo "si, que fuerte", miró a un viejito que estaba a su lado -como culpándolo- y se hizo la lesa.